(Imagen de portada, Diana de Éfeso y los esclavos. Giulio Aristide Sartorio, 1899)

La memoria cultural es un nexo social con el pasado. El relato de las identidades de construye también en torno a los mitos, los cuentos, las artes. Insisto siempre en la reelaboración del imaginario desde un enfoque crítico feminista porque, al igual que muchas otras autoras y creadoras, entiendo que es imprescindible  una narrativa que de la vuelta a las categorizaciones clásicas, aceptadas universalmente, y que sí nos represente.

Decodificar para crear nuevas lecturas es imprescindible ya que desde la infancia interiorizamos patrones que asientan nuestra visión del mundo. Si éstos validan símbolos que objetivizan y deslegitiman a las mujeres entonces tenemos una herramienta patriarcal de control que mantiene su eficacia a través de los siglos.
Con el objeto de desactivar semejante entramado, la desarticulación y el rechazo a los cánones limitadores se convierten en una tecnología de relato que presenta un discurso “perturbador” frente a la heteronorma y el binarismo de género, incorporando el conflicto y ofreciendo otras representaciones cuerpo-identidad elaboradas desde los propios patrones que las relegan a la alteridad y a la vez, por tanto, las significan.


La deconstrucción de las jerarquías binarias y las potencias de los cuerpos que Ana Mendieta transformó en espacio discursivo, las identidades atravesadas y construidas por/desde una realidad multifocal en Gloria Anzaldúa, el sujeto nohombre-nomujer, sujetolesbiana, en Monique Wittig, reelaboran el simbólico patriarcal normativo desde disciplinas distintas y sin embargo, conectadas en lo esencial, un hilo discursivo que hace genealogía y desafía los cánones tradicionales.


A lo largo de los siglos, la literatura ha sido un canal de difusión de modelos patriarcales. Modificar el lenguaje o destruir determinadas formulaciones transforma nuestra realidad y conduce a nuevas subjetividades. Por ejemplo, en El Cuerpo Lesbiano, de Monique Wittig, el pronombre personal yo – je aparece partido (“El j/e partido en Le Corps Lesbien no es un yo destruido. Es un yo que se ha vuelto tan poderoso que puede atacar el orden de la heterosexualidad en textos”) y el mismo título del libro se nutre del desequilibrio: “cuerpo”, en francés, es un término masculino alterado por la carga del adjetivo “lesbiano”.
En The Borderlands/La Frontera, Gloria Anzaldúa construye un sujeto articulado desde la Otredad: mujer chicana lesbiana de color de la frontera, que se reafirma desde la misma normatividad que la expulsa y relega al margen, the new mestiza: “Tricultural, monolingüe, bilingüe o multilingüe, habla un patois, y se halla en un estado de perpetua transición, la mestiza se enfrenta al dilema de la raza mezclada: ¿a qué colectividad escucha la hija de una madre de piel oscura?”
El uso que hace la autora del lenguaje y de las lenguas que convergen en sus textos rizoma, trasciende categorías, cuestiona los códigos identitarios y exige nuevos significados.


Escribir implica posicionarse y , por tanto, diseñar herramientas que nos permitan identificar, visibilizar, narrar. También desactivar aquello contra lo que luchamos. Habilitar nuevos espacios discursivos atravesados por relatos multifocales implica, nombrar y renombrar.


Para cerrar mi discusión de la noción de género en el lenguaje, diré que es una marca única en su especie, el único símbolo léxico que hace referencia a un grupo oprimido. Ningún otro ha dejado su huella en el lenguaje a grado tal que erradicarlo no sólo modificaría el lenguaje a nivel de léxico, sino que transformaría la propia estructura y su funcionamiento; cambiaría las relaciones de las palabras a nivel metafórico y transformaría nuestra realidad política y filosófica.
   Monique Wittig.